El día que Alice y Andoni empezaron su viaje, se echaron a llorar. Los primeros kilómetros, pedalearon con ellos amigos y hermanos, hasta un límite. Habían hecho una gran fiesta de despedida el día anterior. Pero cuando se quedaron solos, con su bicicleta, sus ahorros de tres años en las alforjas y el mundo entero por delante, las lágrimas corrieron por sus mejillas.

EL RESUMEN PODRÍA SER: 75.000 KILÓMETROS, SIETE AÑOS, CINCO CONTINENTES, DOS HIJOS Y DOS BICICLETAS. PERO DETRÁS DE LAS CIFRAS EXISTE UNA APASIONANTE HISTORIA DE DOS PERSONAS QUE DEJARON SU TRABAJO, SU CASA, A SU GENTE, SE TOMARON DE LA MANO Y SE PUSIERON A PEDALEAR.

“Henri, el hermano de Alice, fue el último en dejarnos. Nada más perderle de vista, nos paramos, y, tras mirarnos el uno al otro fijamente, empezamos a llorar de tantas emociones. Prácticamente habíamos dejado todo atrás y enfrente teníamos el futuro. Pero los primeros treinta kilómetros se hacen duros psicológicamente”, cuenta Andoni Rodelgo en El mundo en bicicleta. Siete años viajando por el globo, el libro donde cuenta toda su experiencia y que acaba de publicarse en e-book..

Es necesario hacer una aclaración previa: esta historia no va de dos perroflautas loquetis. Andoni es ingeniero industrial (y sacar su título no fue nada fácil). Había conseguido un trabajo “con responsabilidades, facilidades, compañerismo y buen sueldo. Era feliz”, rememora. En su etapa de estudiante, había viajado de su País Vasco natal a Aberdeen, Escocia, para aprender inglés. Allí a conoció a Alice, su compañera, esposa, segunda rueda de este equipo y madre de sus hijos. Alice estudiaba Antropología. “Habíamos viajado de mochileros, pero siempre nos frustraba esa fecha de retorno.

El turismo que hacíamos por entonces no nos satisfacía. Nos dejaba con la miel en los labios. El viaje estaba cerca, pero no era lo que buscábamos”, explican. Se instalaron en Bruselas, y ahí, fraguaron esta gran aventura, que empezó de una manera y acabó de otra…

“Decidimos salir. Sin más. Sin pensar en el regreso, sin planes, sin una ruta determinada, sin agenda. El transporte público no nos convencía, ya que limitaría la libertad a la que aspirábamos, ya que impone ciertos horarios y trayectos. El coche parecía permitir estas libertades, pero dudábamos de que, aislados en esa burbuja confortable y rápida, nos integráramos en el país que visitábamos.

Un día en Bruselas conocimos a un belga que viajó alrededor de África en bicicleta, y nos dio la maravillosa idea de recorrer el mundo en bicicleta. Así que en el verano de 2004 decidimos dejarlo todo y salir con mucha incertidumbre hacia el Extremo Oriente. En un principio nuestro destino era Tokio (Japón), pero estábamos tan enganchados que al final terminamos dando la vuelta al mundo”,  nos cuenta Andoni.

Llegaron a Japón dos años más tarde. Y continuaron viajando por el mundo hasta 2013. En total, han recorrido 75.000 kilómetros por los cinco continentes. Solitos con sus piernas y sus pedales.

Los Alpes, Londres, Estados Unidos, Francia, Escandinavia, Argentina, Ecuador, Perú, Marruecos, Canadá, China, Laos… Siete años dan para mucho. También para tener dos niños por el camino: “Maia fue concebida en EEUU, cuando ya regresábamos. Nació en Bruselas tres meses después de nuestra llegada. En la segunda parte del viaje, Alice se quedó nuevamente embarazada en Marruecos, y Unai nació en Samaitapa (Bolivia). Decidimos tener familia durante el viaje porque sabíamos que les podíamos dedicar todo el tiempo del mundo”, explica Andoni.

Los niños, de hecho, “han sido felices. Simplemente vivían el presente, y estar las 24 horas del día con sus padres les daba mucha confianza y satisfacción. Ellos nunca se quejaron, pues solo conocían el viaje y lo veían como un modo de vida. Casi al final del viaje Maia empezó a pedalear en el tándem. Ahora, cuando hacemos alguna escapada que otra, sale con su nueva bicicleta. Unai viaja en el tandem, o sea que hemos jubilado el ciclo-remolque”.

Con un “equipaje simple, pero muy sólido“, improvisaban para dormir. “Nos levantábamos por la mañana y no sabíamos donde íbamos a dormir. Teníamos tienda de campaña, y cuando llegaba el atardecer, buscábamos un lugar para pasar la noche. También hemos dormido en casa de la gente, es increíble las muchas veces que nos han invitado, sobre todo, en el Medio Oriente, Central Asia, y Norteamérica. ¡La hospitalidad que hemos recibido ha sido impresionante! En ciertos países, como la India, China o sureste asiático, las pensiones eran tan baratas que todo los días pasábamos la noche bajo un techo”, rememora Andoni.

Cada día, pedaleaban “entre 4-5 horas máximo, quizás seis horas. Los kilómetros dependían del desnivel, el viento, el estado de la carretera, pero hacíamos una media de 70 kilómetros diarios”.

“El tiempo que pasábamos en un lugar parados dependía del sitio, si nos gustaba o necesitábamos descansar. Lo máximo que hemos parado han sido cinco meses, y fue porque nació Unai, pero si no, hemos parado hasta un mes, como en Katmandú y Caracas. Otras veces, si queríamos visitar un ciudad y descansar, nos quedábamos una o dos semanas”.

¿Qué lugar les impactó más? “Aralsk, en Kazajstán. Ha sido el lugar mas deprimente y triste que hemos visto. Era apocalíptico. Aralsk llego a ser el pulmón económico de la región por su flota pesquera y lugar de veraneo por sus playas cristalinas. Pero en 1959 el gobierno soviético decidió canalizar los ríos Sir-Daria y Amu-Daria para regar las plantaciones de algodón. El mar de Aral, el cuarto lago más grande del mundo, empezó a perder su volumen, y el mar se alejó treinta kilómetros de la ciudad portuaria. La disminución del mar de Aral ha devastado la región, cambiando el clima y el ecosistema, su gente sufre frecuentemente tormentas de arena y hay serios problemas de salud por los residuos de los pesticidas utilizados para la producción del algodón”, comentan.

¿Y a cuál no volverían? “Bueno, no nos gusta decir no volveremos más, porque todo depende de las experiencias, encuentros, el clima, etcétera… Por ejemplo, cuando salimos de la India me prometí a mí mismo que nunca volvería, pero ahora deseo regresar. Hubo países en los que no tuvimos buenas sensaciones. En Noruega, por ejemplo, el clima fue horrible y sus habitantes son bastantes distanciados y muy antipáticos, no tuvimos muy buena experiencia. Pero por eso, no vamos a dejar de ir a Noruega, los noruegos son desagradables, pero los paisajes son espectaculares. En cada lugar hay cosas buenas y malas, y cuando se pasa por ciertos lugares, hay que absorber las cosas positivas”, opinan.

También hubo sitios donde (aunque sea un poco) se quisieron quedar: “Hubo lugares, como Lijiang (China), Gero (Japón), Nelson (Canadá), donde estábamos tan a gusto que nos costaba salir, pasaban los días y no salíamos, pero al final, la ruta siempre nos llamaba y continuábamos el viaje. Ademas, veíamos que nuestro lugar era aquí, donde está nuestras familias y amigos, y sobre todo, nuestra cultura”, comenta esta pareja, que ahora mismo vive en Bruselas, pero que este verano se muda “a Euskadi para vivir en el campo”

¿Una palabra que les inspira cada continente? “Europa: Conservadora. Asia:Tradicional. América: Posible. África: Pendiente. Oceanía: Tranquilidad”.

“¿Salir de nuevo? Esa es la pregunta del millón. Nunca se sabe, la ruta siempre nos llama, y seguro, bueno, espero, que algún día volvamos a recorrer el mundo en bicicleta“, concluyen esta entrevista.

* Andoni Rodelgo es el autor de El mundo en bicicleta. Siete años viajando por el globo, un libro de la editorial Casiopea donde cuenta toda su experiencia. Acaba de publicarse en e-book. Escribe además un interesantísimo blog etapa tras etapa de su aventura: mundubicyclette.be.

Fuente: Traveler