Éramos tres, dos italianos y yo. Mucha lluvia, viento, y el camino de tierra bastante roto, lo que es normal en esta parte de la carretera austral (Chile), esto hizo que decidiéramos hacer pocos kilómetros y buscar un lugar tranquilo para descansar. Seguimos, la idea era acampar debajo de un puente que habíamos visto en el GPS pero cuando llegamos nos dimos cuenta que era imposible bajar, en ese momento ya queríamos dar por terminado el día, sin embargo, no teníamos donde dormir.
MINUTOS DESPUÉS, EN DIRECCIÓN CONTRARIA LLEGARON LUCAS DE ITALIA Y MARTINA DE ESPAÑA, LUEGO DE LOS SALUDOS, PRESENTACIONES Y PREGUNTAS DEL CASO DECIDIMOS PEDIR ALOJAMIENTO A UNA ESTANCIA QUE HABÍAMOS VISTO UN POCO MÁS ATRÁS (A NADIE LE GUSTA VOLVER POR EL MISMO CAMINO NI UN CENTÍMETRO, PERO PARECÍA LA ÚNICA OPCIÓN).
Era una casa principal y varias casitas “satélites” que servían para guardar herramientas y cosas de los caballos. El encargado era un hombre bastante mayor que estaba recogiendo leña bajo la lluvia y tenía algún problema de audición porque llevaba un audífono. Emanuele se ofreció como voluntario y en su pobre español le pidió al hombre un lugar para dormir, nos acomodamos en una de las casitas, arreglamos un poco el desorden que había adentro, revisamos si había pulgas, garrapatas, u otros bichos, encendimos la cocina a leña, charlamos y a dormir.
Muy temprano en la mañana (6.30 a.m. aproximadamente) llegó el anciano con un palo grande en la mano y yo era el único que estaba despierto, lo salude pensando que venía a traernos queso, leche, algo para desayunar…
¡ Buenos días, dijo… “Si se van a quedar un día más tienen que pagar” ! a lo que yo desorientado respondí: no no, no se preocupe, ya nos vamos, el hombre algo enfurecido se quejó diciendo que teníamos que pagar, yo le repetí nuevamente que no íbamos a pagar porque le habíamos pedido por favor para pasar la noche, así que se retiró diciendo: “ah ! no me van a pagar, entonces los voy a encerrar y se van a morir de hambre y me van a tener que pagar”, así que cerró la puerta con una cadena y un candado y se fue.
Mis compañeros quedaron perplejos, Martina y yo éramos los únicos que entendíamos perfectamente, pero los demás se asustaron bastante por su dificultad para entender el español. Instintivamente comenzamos a juntar las cosas sin decir una palabra; a través de una ventana pequeñita con vidrios rotos y sucios, veíamos las bicis, las habíamos dejado afuera en un galponcito, llovía en ese momento…
Terminamos de acomodar nuestro equipo conversábamos y evaluamos las ideas sobre cómo resolver la situación, no había pasado media hora y nuestro “anfitrión” volvió reclamando su dinero. Discutimos un rato, entonces la española preguntó el precio, quería pagar para salir de la situación, mientras yo imaginaba el terror de mis compañeros poniéndome en su lugar, si bien, yo tampoco estaba en mi país, Chile no es muy distinto a Argentina, pero ellos eran realmente muy extranjeros.
Cuando ya la conversación no tenía salida el hombre preguntó: “¿Quién es el argentino acá?” ..a lo que respondí: Yo ! y sin dudar gritó: “Argentino maricón” y volvió a cerrar la puerta.
La casita era de madera, débil por los años y el tipo de construcción. Una de las opciones fue patear una pared hasta romperla pero al final decidimos forzar la puerta, cuatro hombres empujando una puerta vieja de madera hacia delante y hacia atrás tenía que dar resultado y así fue, después de pocos intentos algo se rompió y pudimos salir.
Rápidamente fuimos a las bicicletas y cargamos nuestras cosas, siempre con el miedo de que el viejo estuviera realmente loco y apareciera con algo más peligroso que solo un palo grande. Nos fuimos ante la mirada y los gritos de nuestro anfitrión. Unos cientos de metros más adelante presentí que me falta algo… chequee rápidamente y en efecto, nuestro querido hospedador me había robado la caña de pescar !